Jueves Santo: Ser Cirineo en la Tierra
Hoy, mientras recordamos cómo Jesús se entrega por amor, me quedo clavado en la escena del Cirineo.
Ese hombre cualquiera, que iba de paso y acabó cargando con el madero de un Dios herido.
No pidió estar allí.
No planeó ser parte de la historia más grande jamás contada.
Pero cuando lo llamaron, puso el hombro…
y caminó junto al que salva el mundo.
Ser Cirineo no es cosa de santos con aureola.
Es cosa de humanos.
De los que ven el dolor y no lo esquivan.
De los que hacen de sus propias heridas un puente para que otros crucen.
De los que abrazan su cruz, y en el camino, sin darse cuenta, alivian la de los demás.
Yo también cargo lo mío.
Mis dolores. Mis límites.
Pero en este camino –a veces torpe, a veces valiente– me doy cuenta de que mis propias cruces me entrenan para amar.
Y que cuando comparto mi historia, mi lucha, mi fe rota y reconstruida…
entonces me convierto, sin querer, en Cirineo para otros.
Y lo más hermoso es esto:
cuando tú ayudas a llevar la cruz del otro,
es el mismo Dios quien te ayuda a llevar la tuya.
Porque el Cirineo no cargó solo…
iba acompañado por Aquel que, aun cayendo, seguía amando.
Hoy, Jueves Santo, pídele a Dios que te haga Cirineo.
No solo fuerte, sino también compasivo.
No solo valiente, sino también cercano.
Y que en cada paso, en cada herida,
descubras que el que camina contigo…
también está salvando el mundo desde dentro de ti.