Habemus Papam.
Y no es solo un anuncio: es un suspiro de la Iglesia que vuelve a tener voz de pastor.
Gaudium magnum! Una gran alegría… porque no estamos huérfanos.

Hoy la Iglesia no estrena un líder, sino que acoge al sucesor de Pedro.
Y eso, en tiempos de tanto desconcierto, es más que una buena noticia: es una esperanza encarnada.
León XIV ha llegado con la serenidad de quien no se improvisa.
Su sólida formación teológica lo ha hecho profundo.
Su vida misionera lo ha hecho cercano.
Sus primeros gestos lo han hecho claro: este pontificado será de continuidad, no de ruptura; de raíces, no de modas; de fidelidad, no de espectáculo.
Cada detalle ha hablado:
la casulla antigua,
la estola de un Papa Santo,
su tragar saliva y emocionarse,
los zapatos sin pretensión.
Porque para él, la tradición no es un museo: es una madre que custodia la fe y la hace bella.

Ha comenzado diciendo poco, pero diciendo todo: que está aquí para cuidar.
Cuidar a la Iglesia. Cuidar la fe. Cuidarnos a todos.
Y nosotros, como hijos, como hermanos, como discípulos… debemos hacer lo nuestro: rezar por él.
Porque ser Papa no es un título, es una cruz.
Y sólo se lleva con gracia… si alguien reza por ti.
