Parece que fue ayer… Un trasplantado.

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“[…] Ver a Amelia esperando al tren en el puente colorado, me retrotrae al pasado, me trae recuerdos. […]”

Echo la vista atrás y parece que fue ayer, pero ha pasado un año. Y no un año cualquiera. El año más distinto jamás pensado, el año que ni al mejor guionista de películas fantásticas se le hubiera ocurrido.

Tras varios avisos de Taurino, de que su final no estaba lejos, el curso pasado empezaba de la forma más ilusionante posible y a la vez con mucha incertidumbre. Curiosamente como este. Pude ir los primeros días de septiembre a un viaje con alumnos y profesores de fisioterapia, enfermería y medicina a conocer parte de los horrores y algún valiente que se enfrentó al régimen, de la Alemania nazi. Después de mucho trabajo durante todo el curso, pude presentar una ponencia en un congreso de Razón Abierta. Y llegó el veinticuatro de septiembre.

Por la mala función renal de Taurino, se me hinchaban mucho los pies y esa noche después de dar clase por la mañana y recibirla como alumno por la tarde, notaba la pierna derecha rara, pero no le di importancia. La cosa cambió al amanecer con ella hinchada y muy dolorida, caliente y roja. Era 24 de septiembre, curiosamente, dieciocho aniversario de mi segundo trasplante, me fui a urgencias y me ingresaron rápidamente. Parecía que era una calcifilaxis (acumulación de calcio en vasos pequeños) y había que actuar rápido, si era eso las consecuencias podían ser importantes.

Ver a Amelia esperando al tren en el puente colorado, me retrotrae al pasado, me trae recuerdos.

Así, el 26 de septiembre, triste día taurino, por el aniversario de la muerte de Paquirri por la cornada de Avispado, igual que Avispado acababa con el maestro, Taurino acaba sus días como un héroe. Ese mismo día tuvieron que hacerme dos intervenciones, una biopsia de tibia, que descartó la calcifilaxis y colocarme un catéter subclavio para poder hacer diálisis de urgencia y por si era poco, empecé con la diálisis. Acaba ese día sin fuerzas, sin ánimo y sin alegría. Todo era negro, todo era triste, todo pesaba mucho, nada me alegraba el alma.

Tenemos la suerte de tener una capacidad de asimilación, aceptación y después superación mucho mas grande de lo que pensamos. Si encima, para seguir con el simil taurino, añado que tengo la mejor cuadrilla posible, con el Equipo SAP, mi familia más grande, amigos y todos los que cada día me ayudáis a seguir adelante, dándome fuerzas desde la cómoda barrera del 9 o desde la bulliciosa y calurosa andanada del 5, hasta del siempre descontento 7.

Eso sólo consigue dar valor, fuerza y resistencia donde no la hay. Así como el torero volteado, envalentonado, vuelve a la lucha, me quité las manoletinas, me abrí la taleguilla y brindando el toro a los que me apoyáis cada día, me dispuse a salir por la puerta grande de la vida, comiéndome cada día las penas y haciendo de cada pase de capote diario una fiesta, un alarde de alegría. Con un repertorio mayor que Joselito en la corrida Goyesca de 1996, hoy por chicuelinas, mañana verónicas, pasado por gaoneras, faroles por aquí, delantales por allí y cerrando con serpentinas, para rematar con el pase de las flores. Siempre bien cruzado y arrimado y sin temer más que a no haber hecho lo posible cada día por hacer que sea un poco mejor que el anterior, por hacer de cada día magia y de la vida una fiesta llena de alegría y gratitud.

Mi tío abuelo, Victoriano de la Serna, en el cuadro de Ruano Llopis, que dio lugar al nombre del «pase de las flores» inventado por el.

Así pasaban los días hasta que uno se hace a la nueva situación y cuando ya parece que la tarde estaba dominada, sale el segundo de mi lote en forma de coronavirus y de hechuras desconocidas, bizco, con apariencia de manso y lanzando derrotes cada metro. Peligroso morlaco que me zarandeó varias veces, con dos volteretas, pero sin llegar a cogerme.

Parecía que estaba hecha la tarde, un mano a mano entre la vida y yo, pero quedaba el tercero, último y para no ser menos con sorpresa. Me dicen en mayo que voy a perder una pierna. El primer toro, bravo y difícil de llevar a los medios, ya lo habían toreado, el segundo no fue fácil pero se le pudo dominar. Ahora continúo en la lidia del tercero. Psicológicamente difícil, físicamente inaguantable. Toro difícil al que no siempre el publico ve la dificultad y la peligrosidad. Pero no tengo dudas, será lidiado. Saldré indemne de está faena o iré a la enfermería y saldré con una pierna, pero se que no quedará en mi cuerpo una gota de esfuerzo posible por mejorar la faena, por hacerlo con más alegría y por poner más pasión y torería a la vida.

Crónica larga pero que resume mi curso pasado, corto mirando para atrás, eterno vivido pase a pase. Cuantas veces he necesitado de mi peón de brega, de mis banderilleros y de todo el público que abarrota la plaza de mi vida. Salga como salga la faena, ya he ganado, ya he triunfado, ya tengo la puerta grande del agradecimiento abierta. Como buen torero, he pasado muchas horas en la capilla, pidiendo cada día, pero sobre todo dando gracias por cada oportunidad y deseando estar a la altura de la faena que la vida me depare. Como dicen los toreros, estoy en manos de la mejor apoderada, la Virgen. Se que vendrá algún toro complicado más, aunque a veces el peligro lo tiene una simple vaquilla, como le pasó a Bienvenida.

Foto Antonio Heredia

El no dejarse derrotar, a veces ya es ganar. La fuerza que yo no puedo tener de un entrenamiento diario, me la da la fe y la oración, la familia y los amigos y todas las oraciones que como flores que caen de los tendidos en la vuelta de honor, me llenan de gozo y fuerzas para seguir adelante.

Gracias de corazón por tanta fuerza, cariño y sobre todo oración como recibo. Así, mirar atrás me recuerda quien soy y porque estoy donde estoy y mirar hacia delante, me ayuda a no despistarme de mi objetivo, de las metas por las que lucho.

Sin duda, no me importa repetirme, ¡soy un tipo con suerte!

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