Ayer volví a urgencias.
Mi máquina de diálisis dejó de funcionar el jueves y no funcionó tampoco el viernes, ayer. Llamé al nefrólogo de guardia y me dijo que fuera a urgencias. Tres horas esperando para que, a las 23:30, me digan que vuelva a las 7:45 de la mañana siguiente. Vamos por partes.
Es la quinta máquina de hemodiálisis de Palex -y Physidia- que se me estropea desde enero. Considerando que he estado ingresado 9 semanas, sale una media de 7,6 semanas por máquina… ¿Esto es serio?
Según los protocolos, si la analítica no está demasiado alterada, la hemodiálisis no se considera urgente. El problema es que cuanto más “fisiológica” sea la diálisis (es decir, cuanto más se acerque al funcionamiento normal del riñón que trabaja sin parar), menos agresiva es para el cuerpo. Así que, esta vez, por cuidar mi dieta al máximo, mi esfuerzo no se tuvo en cuenta.
Los protocolos son esenciales, de eso no hay duda. Pero también hay que saber cuándo saltárselos. Hacerme volver siete horas después para una diálisis que me deja agotado todo el día, cuando hubiera sido posible hacerla por la noche y permitir que descansara, es una faena. ¿La próxima vez debo comer cosas que no debo para que salgan mal los análisis y me hagan la hemodiálisis antes?
Los protocolos están ahí para protegernos, pero también es importante que el sistema sea flexible y nos proteja de otra manera cuando es posible. Educar en una defensa férrea de los protocolos que anula la iniciativa o el olfato clínico de los que lo tengan es un desastre. En biología 2+2 no siempre son 4 y cada paciente tiene sus resultados. ¿Donde dejamos el razonamiento clínico de los sanitarios? Siendo esenciales los protocolos, la capacidad de saber romper un protocolo salvará vidas.
Me quedo con puedo ganar vida en hemodiálisis y poder ofrecer el día de hoy que se me hará largo y duro por todos.