Ha muerto el Papa Francisco.
Y con su partida, el mundo —también la Iglesia— se queda en silencio.
Un silencio que pregunta:
¿Y ahora qué?
No se ha ido solo un líder.
Se ha ido un testigo.
Un pastor que, con sus defectos y su humanidad a la vista, intentó recordarnos lo esencial: que el Evangelio no se debate, se vive.

Y sin embargo, entre opiniones, nostalgias y expectativas, hay algo que no podemos perder de vista: la Iglesia no puede dejar de ser lo que es. Porque no nos pertenece. No fue inventada por hombres, sino fundada por Cristo con estas palabras:
“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia,
y el poder del infierno no la derrotará.” (Mt 16,18)
La Iglesia no es una estructura que se adapta al gusto del consumidor. No es una moda que se renueva según la época. Es el Cuerpo vivo de Cristo en la historia.
Y su misión no es caer bien, sino salvar.
Cristo no pidió una Iglesia popular.
Pidió una Iglesia fiel.
Fiel al Evangelio,
fiel a la cruz,
fiel al hombre en toda su fragilidad.
Hoy más que nunca, no recemos solo por un nuevo Papa. Recemos para que, en el silencio del Cónclave, el Espíritu Santo susurre al corazón de los que deciden:
“Mantened la esencia. Proteged el tesoro.”
Porque aunque el rostro cambie,
el centro no puede cambiar.
Y ese centro es Él:
“Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mt 28,20)
No tememos. Porque la Iglesia no es sostenida por la popularidad, sino por una promesa. La promesa de Aquel que no miente. Aquel que nos salvó no con discursos… sino con la Cruz.
“Apacienta mis ovejas.” (Jn 21,17)
El mundo pide cambios.
Pero el alma humana sigue necesitando lo mismo: sentido, redención, verdad, amor. Dios.
Y eso solo lo puede dar una Iglesia que no se disfraza, que no se olvida de quién es,
que no negocia su identidad, y que se atreve a seguir anunciando lo que el mundo ha olvidado: que fuimos creados para la Vida Eterna.
Sí, el Papa ha muerto.
Y ahora muchos se preguntan qué viene.
Pero nosotros sabemos que la Iglesia no empieza ni termina con un hombre.
Porque fue fundada sobre una Roca,
y esa Roca no es Pedro…
es Cristo.