¿Y si lo que más nos hace crecer no es llegar, sino el camino que vamos recorriendo?
Nos ponemos metas. Grandes. Gigantes. A veces necesarias, porque sin ellas dejaríamos de soñar. Y los sueños, ya sabes, son esa gasolina invisible que hace que cada mañana tenga sentido.
Pero, ¿y si para llegar a la misma gran meta nos proponemos varias pequeñas metas intermedias? Hay algo que no siempre nos enseñaron: que para alcanzar una gran meta, también podemos (y quizá debamos) ponernos pequeñas metas. Escalones. Tramos. Esos pasos intermedios que no salen en las noticias, pero que construyen nuestra historia.
Si no llegamos al final, en el caso primero habremos fracasado. En el caso segundo, si por ejemplo llegamos al escalón 8 de 10, cerca de la meta, pero sin llegar a ella, habremos tenido 8 triunfos parciales sin contar con el triunfo final.
Nuestra autoestima necesita realismo tanto como necesita cariño. Porque no, no siempre “querer es poder”. Esa frase mal entendida nos puede romper por dentro. A veces, por mucho que lo deseemos, por mucho que lo intentemos, las cosas no salen. Porque la vida no siempre obedece a nuestras ganas. Y eso no nos hace débiles, ni mediocres, ni perdedores. Nos hace humanos.
¿Y si cambiamos la comparación externa por la comparación interna?
No se trata de ser mejor que fulano o que mengano. Se trata de ser hoy un poco más fiel a ti que ayer. De cuidarte más. De darte permiso para no poder y seguir siendo valioso. De dejar de medir tu valor en resultados y empezar a medirlo en entrega.
No debo ser mejor que fulano o mengano, debo ser yo quien mejore día a día, ese será el éxito mayor, hoy mejor que ayer y así cada día. Y si no llego a mis metas pero me he vaciado, he dado todo y hecho las cosas lo mejor que se, ¿qué más puedo hacer? Nada. Celebrar lo conseguido. Y quererme, aceptarme con mis limitaciones y celebrar quien soy.