Hoy hace cuatro años volví a andar.
Y no puedo evitar sentir que cada paso desde entonces ha sido un regalo.
De esos que no se piden, pero que llegan.
De esos que no se olvidan jamás.

Para celebrarlo, esta mañana he vuelto al hospital.
Pero no como paciente, sino como invitado.
He tenido la suerte de dar una charla a cardiólogos y vasculares, de la Sociedad Española de Cardiología, entre ellos mi amigo Isaac Martínez y parte del equipo que me ha acompañado en tantas batallas.

Qué distinto se ve todo cuando uno entra en un hospital no por una urgencia, sino para compartir vida.
Para contar cómo se vive desde dentro lo que suele aparecer en papeles y monitores: el miedo, el dolor, la incertidumbre.
Pero también la esperanza, la aceptación, el paso lento pero firme hacia la superación.
Volver a andar no fue solo una cuestión física.
Fue volver a creer.
Volver a confiar.
Volver a levantarme desde un lugar muy hondo en el que estuve.
Y hacerlo acompañado.

Porque si hoy estoy aquí, caminando —aunque a veces despacio, aunque a veces me canse— es también gracias a quienes me han sostenido cuando no podía sostenerme solo.

Gracias a los médicos y sanitarios que han puesto ciencia, entrega y humanidad en cada paso.
Y gracias, sobre todo, a Sara y a Amelia.
Mi compañera de todo y mi hija.
Las dos me dan más fuerza de la que soy capaz de explicar.
Más confianza de la que merezco.
Más ganas de vivir de las que nunca pensé tener.

No sé si este camino lo habría podido hacer sin ellas.
Pero sé que con ellas, hasta lo más difícil se vuelve posible.
Y que hay pasos que, aunque parezcan pequeños, llevan directo a lo más grande.
Hoy celebro cuatro años andando.
Pero, sobre todo, celebro haber aprendido a caminar de otra manera.
Con menos prisa.
Con más sentido.
Y con una gratitud que no me cabe en el cuerpo.
De regalo subid el volumen, coged pañuelos y mirad hasta el final este video que os regalo.